Desde que el ser humano aprendió a crear herramientas, ha tenido claro que los objetos estaban a su servicio: se usaban, se rompían, se reemplazaban. Nadie daba las gracias a un martillo o saludaba a una tostadora. Pero algo ha cambiado. La irrupción de la inteligencia artificial ha transformado nuestra relación con las máquinas y, con ella, nuestras costumbres más básicas.
Según varios estudios, siete de cada diez usuarios se dirigen a ChatGPT con un «por favor» y cierran sus preguntas con un «gracias». Algunos lo hacen por cortesía, otros por superstición, convencidos de que las IA terminarán mandando algún día. Lo curioso es que ser educados tiene consecuencias reales: las palabras de cortesía suponen un coste millonario para las compañías tecnológicas.
¿Cómo es posible? Todo se reduce a los llamados tokens, la unidad de medida que utilizan estos sistemas para procesar texto. Cada palabra que escribimos y cada palabra que nos devuelve la IA consume estos recursos. Cuando un usuario añade «por favor» o «¿podrías…?», está haciendo más larga la instrucción, lo que implica más tokens de entrada. Pero lo verdaderamente relevante es que también aumentan los de salida, es decir, las respuestas, que son las que resultan más caras para las empresas.
Durante varios días, el creador de contenido Gustavo Ventrala decidió comprobar si el trato afectaba a la calidad de las respuestas. En su experimento, alternó consultas educadas y otras más bruscas, sin fórmulas de cortesía. El resultado fue claro: cuanto más amable era con la IA, más completas y extensas eran sus respuestas.
Pero esta conversación con las máquinas dice tanto sobre ellas como sobre nosotros. Muchos usuarios explican que no pueden evitar ser amables, incluso sabiendo que están hablando con una máquina. Otros, más pragmáticos, se limitan a ir al grano. Aun así, más del 60% de los encuestados en países como Estados Unidos o Reino Unido creen que hay que tratar bien a las IA. En el ámbito hispano, la cifra ronda el 58%.
El fenómeno no es solo curioso, sino también revelador: nuestras interacciones con la tecnología están dejando de ser neutrales y empiezan a reflejar valores, emociones y formas de convivir. Quizá por eso, cada vez que decimos «gracias», no solo estamos pagando más… también estamos revelando un poco de lo que somos.
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